Hace unos días, hablando con una gran profesional especializada en dislexia, me dijo: “Como tú me dijiste hace años, un niño no es un diagnóstico”. Esto me hizo reflexionar y escribir este post, porque no solo los niños. Una persona no es un diagnóstico.
No sé de quién escuché esta frase por primera vez, pero es completamente cierta. A menudo, los padres llegan a nuestras consultas diciendo: “Mi hijo tiene TDAH” o “Mi hijo es disléxico“, usando el verbo “ser” para definir a una persona por un diagnóstico. Esto puede hacer que el niño cargue con esa etiqueta el resto de su vida.
Diagnósticos o etiquetas
El lenguaje siempre me ha cautivado. Muchas veces no somos conscientes del poder que tienen las palabras y las usamos sin pensar. Aunque lo hacemos sin mala intención, esas palabras pueden marcar profundamente a alguien, por lo que deberíamos ser más cuidadosos con cómo hablamos. Tenemos que entender el poder que cada uno de nosotros tiene al hablar.
Si a mi hijo o a mí nos diagnostican con dislexia, TDAH, autismo, ¿realmente eso define quién somos? Un diagnóstico solo nos da información sobre ciertos aspectos del comportamiento o personalidad. Si lo utilizamos correctamente, puede ser útil para brindar apoyo. Sin embargo, confundir el diagnóstico con la identidad puede tener consecuencias que no alcanzamos a comprender.
Los límites que nos ponemos
He escuchado a padres decir: “Yo soy disléxico, por eso no puedo hacer esto o aquello” o “Como tiene TDAH, claro que no va a poder hacer tal cosa“. Los diagnósticos nos pueden poner límites, dejándonos con una mentalidad fija, que aceptamos sin cuestionar, lo que nos encasilla.
El autoestigma no solo afecta nuestra autoimagen, sino también nuestro funcionamiento social y emocional, así como nuestra calidad de vida. Por ejemplo, los niños a menudo atribuyen su incapacidad para cumplir con las expectativas a la enfermedad diagnosticada, y les cuesta reconocer sus éxitos como logros personales.
Una persona no es un diagnóstico
Todo esto también ocurre en nuestra profesión. Recuerdo conversaciones con el Dr. Sanet, donde yo decía: “Hoy ha venido un endotrópico” o “un miope“. Él siempre me corregía diciendo: “Es un niño con ambliopía o un niño con estrabismo. Recuerda que no son solo ojos los que entran a tu consulta, es una persona“.
Aunque lo recalco en cada curso, es bueno recordarlo aquí también: el lenguaje que usamos como profesionales influye en nuestra forma de pensar. Si solo nos enfocamos en los síntomas o diagnósticos, olvidamos a la persona detrás.
La próxima vez que hables con un colega sobre un paciente o cuando leas el cuestionario de tu siguiente consulta, recuerda usar la frase completa: no es un ambliope, es un niño con ambliopía. Verás qué visión tan diferente tendrás de ese paciente.